LA COMUNICACIÓN ENTRE PADRES E HIJOS
Es cierto que no es fácil comunicarse con un bebé o un adolescente, pues el bebé no tiene lenguaje verbal y el adolescente se niega a hablar. Pero también es cierto que los niños miran directamente a los ojos y así nos dan a conocer sus sentimientos, al tiempo que intentan captar los nuestros.
Resulta fundamental aprender a reconocer los sentimientos de los hijos. A mostrar con el ejemplo la verbalización de los mismos, usando palabras apropiadas. Hacer aflorar los sentimientos es necesario, pero hay que saber hacerla sin insultos, gritos, agresiones o silencios.
Nunca subrayamos suficientemente la importancia de los cuentos para que los niños se familiaricen con el hecho de escuchar y contar historias.
Repasemos en este punto la evolución lingüística. Al tercer o cuarto mes, el bebé balbucea emitiendo combinaciones de sonidos. Entre los siete y ocho meses se divierte con sus vocalizaciones (los denominados soliloquios). A los nueve meses repite lo que oye como un eco (ecolalia). A los once meses, señala, muestra, da. Hacia los doce meses dice las primeras palabras: «mamá», «papá», «tata». A los dieciocho meses el niño dispone de unas quince palabras. A los treinta y seis su vocabulario alcanza las doscientas palabras; inicia las palabras-frase. A los cuarenta y ocho meses el niño comienza la etapa de las preguntas, el «¿por qué?»; necesita saber, conocer y empieza a construir frases. Poco a poco, progresivamente, el niño consolida su pensamiento lógico con capacidad de abstracción. Y es que para desarrollar el lenguaje es necesario tener la capacidad de pensar en abstracto y, de esta forma, poder realizar generalizaciones.
Pero recordemos que en la comunicación del ser humano acontece como en la respiración, que mayoritariamente se produce por la piel. Sólo el 35 por ciento de la comunicación se da por la palabra, por el lenguaje verbal, el habla propiamente dicha; el resto es el denominado lenguaje no verbal: mímica, gestos, tono de voz, silencios.
Los estados emocionales de padres e hijos son una estupenda oportunidad para intimar, para aprender juntos a reconocer, organizar y controlar los sentimientos.
El arte de la convivencia precisa de saber conversar, requiere tiempo, lugares adecuados, conocer elementos esenciales de la comunicación verbal y no verbal, serenidad y paciencia. Contagiar sentimientos, ayudar al hijo a que se conozca y reconozca, consultarle un asunto y valorar su parecer. Dar importancia a las emociones del otro. Establecer puentes para ponerse en su lugar.
Los primeros años son preciosos, pasan rápido y no vuelven; en ellos debe establecerse el correcto hábito de la relación. De forma que al llegar la adolescencia no se desprecien sus opiniones, ni ridiculicen sus conductas; muy al contrario, se estará próximo, receptivo, pero dejando una distancia óptima para poder orientar, señalar, prever, prevenir, recriminar.
"¿Qué ocultan nuestros hijos?", Javier Urra