martes, 3 de marzo de 2009

La importancia de enseñar valores y buenos hábitos

No basta con que lo padres nutran a sus hijos con afecto y comodidades. Para hacer de ellos personas felices y responsables también es necesario transmitirles unos valores y hábitos que les den seguridad para crecer y madurar.
Muchos padres se quejan de la conducta de sus hijos y aducen que “no valoran nada”. Sin embargo,, ¿se han encargado de educarles personalmente en estos valores? No se trata de reñirles cuando hacen algo mal, sino de enseñarles a crecer en una dirección que les permita transitar por la vida con seguridad y responsabilidad.
Esto se transmite hablando con ellos, pero también con nuestro ejemplo y jugando con ellos.
Para aprender buenos hábitos y valores, el niño precisa de coherencia por parte de sus progenitores. Es decir, no podemos transmitirles un hábito y a las primeras de cambio “hacer la vista gorda” porque nos resulta más cómodo que el pequeño no proteste para seguir con lo que estábamos haciendo.
Los hábitos se inculcan a través de la repetición, y es muy fácil perder todo lo ganado si empezamos a hacer excepciones; en muchos casos tendremos que empezar de nuevo y el esfuerzo educativo se habrá echado a perder.
Puesto que los niños interactúan con su entorno de manera muy intensa cuando están jugando; éste es un momento ideal para que adquieran aquello valores por los que luego se guiarán como persona adultas. Puesto que el juego es un acto esencial en la vida de los niños, podemos recurrir a este espacio creativo para educarles de manera eficaz.
Para ello los padres deben mostrar siempre una actitud segura y confiada. Los niños tienen gran sensibilidad para captar las contradicciones e incoherencias de los mayores; por consiguiente, es importante que lo progenitores tengan una idea clara de los valores que quieren educar a sus hijos y que se mantengan firmes- lo cual no significa que deban mostrarse autoritarios- en ese código.
Es importante que no haya incongruencias ni criterios diferentes entre los progenitores, ya que con ello solo lograrían confundir al pequeño.
Sin duda, se producirán momentos de crisis en los que el pequeño se rebele a través de una conducta inadecuada. En estos casos es importante no ceder a los berridos, ya que entonces el niño entenderá que funciona y reproducirá este comportamiento cada vez que desee lograr algo. Resumiendo estaremos reforzando un mal hábito.
Una educación eficaz precisará que más de una vez hagamos oídos sordos a los chillidos, lágrimas o pataletas del niño, para que así aprenda que las cosas no se obtienen con esos medios.
Si mantenemos una coherencia pedagógica, estas escenas de rabia serán cada vez menos frecuentes, porque el pequeño habrá adquirido un canal maduro e interactivo para comunicarse con los padres.
"¡A jugar!", Dr. Estivill

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